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¡Atreveos a vivir!

¡Atreveos a vivir!

Es tu tiempo, tú no conoces otro. En este tiempo tú buscas hacerte adulto tal como las generaciones precedentes aprendieron a conocer el mundo de su época, y los hijos que vendrán tras de ti se harán, a su vez, una imagen del mundo a través de las circunstancias de su vida. Se habla mucho sobre los jóvenes de esta época. Los adultos evalúan, juzgan a los adolescentes, a los jóvenes, observan a los hijos y les dan un nombre, una etiqueta con el fin de fijar en una palabra su característica como la generación Einstein, la generación X, la generación Z, la generación Fun, la generación web…

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Dicen de los jóvenes que son rápidos, astutos, sociables. ¡Ningún adulto les iguala, ningún profesor les convence! Los veinteañeros pertenecen a la generación Einstein porque tienen su forma multidisciplinaria de pensar. Otros les llaman la generación ‘Y’ puesto que los jóvenes se atreven a cuestionarse mientras que la generación precedente de los «Null-Bock», la de los «no me importa nada», ya se encuentra situada cómodamente. Los siguientes jóvenes, los de la generación ‘Z’, no son por casualidad la última letra del abecedario. A menudo aún son niños y, sin embargo, ya destinados a ser ciudadanos del mundo, para los que la nueva red de medios de comunicación es la nueva realidad, los cuales están dispuestos a comprometerse con el mundo si se les da la libertad de decidir dónde y cómo.

Es la generación que ha crecido en una socie­dad ‘digital’: para ellos, conectados con las redes sociales que delimitan su entorno, Internet es el mundo real. El mundo es su terreno de juego, han crecido con la promesa de que todo es posible. Son conscientes de lo que valen, lo cual ya es mucho. Son bellos, buenos, estupendos, y dichosos, son conscientes de sí mismo. Son felices y en aquello que hacen sólo piensan en sí mismos: ¿qué me reporta esto, para qué me sirve, qué puedo hacer? No en un futuro lejano, sino aquí y ahora.

Los mayores de esta generación tenían cerca de veinte años cuando la crisis económica llevó a una recesión mundial. Tras una juventud con posibilidades infinitas y una gran libertad, su mundo despreocupado se acabó brutalmente. No existe ninguna garantía de tener trabajo y crece el desempleo juvenil.

¡Más de la mitad de los jóvenes están sin em­pleo en el Sur de Europa! En otros países, se instalan como trabajadores autónomos, sin personal, sin despacho y, a menudo, sin ingre­sos. Tras un tiempo de estudios sin demasiadas preocupaciones y una vida cómoda, con muchas libertades, en el hogar familiar, de repente se instala un gran vacío. ¡Sin preaviso! ¡Y sin ha­berlo experimentado antes!

La vida está tan sobrecargada que ya no hay espacio para explorar, para descubrimientos, no hay espacio para nada. Todo requiere una reacción, todo está en acción. Una corriente constante de opciones llena la atmósfera, llena el pensamiento, llena la vida. Nadie se habitúa a ello. Un ser humano no sólo es consciente del lugar en el que vive sino también de todos los demás de los que recibe señales.

Ahora bien, en medio de esta densidad de infor­mación de las redes sociales, del estrés fisico, se ha formado un vacío, una brecha abierta entre la inocencia de la juventud y la responsabilidad del adulto. La contrapartida de esta abundante información, el precio a pagar es que cada vez más personas se sienten solas.

Los padres pueden decir que han preparado insuficientemente a sus hijos para lo que la vida es realmente.

¡Podríamos decir igualmente que nosotros mis­mos estamos insuficientemente preparados para ello! ¿Quién puede afrontar una crisis? Noso­tros la hemos evitado tanto tiempo como nos ha sido posible. Cada ser humano llega a este punto en el que enredado, atascado, no puede más. Es posible que nuestras crisis individuales no aceptadas estén en el origen de esta crisis mundial.

El ser humano falla en su tarea hasta que tenga el coraje de cambiar. Tiene prisa por falta de confianza. Una vida llena de altas exigencias de rendimiento con relación al trabajo, a la familia y al desarrollo personal, han conseguido que el mantra «estrés, estrés, estrés», garantice la consideración y el respeto. ¿Quién tiene aún el valor y la audacia de hacer frente conscientemente a la vida?

Un niño tiene necesidad de espacio, de liber­tad y de autonomía para desarrollarse. El niño de hoy se pierde a menudo en este espacio sin límites, en la libertad que siempre aparece, en esta autonomía que dice: «¿qué piensas, cómo encuentras tú esto?» Pero un niño actúa sin experiencia. Tiene en sí una base de un saber interior del que, a menudo, le privan demasiado pronto padres y educadores. El niño debe poder asir la posibilidad que los propios padres dejaron pasar. Debe vivir sin fronteras, libre, autónomo. En nuestros días, los niños tienen una agenda muy llena. El ‘buen out’ (agotamiento) no se per­fila ya solamente en el momento de una crisis existencial a edad mediana sino que alcanza al adolescente floreciente que, permanentemente, se cuestiona.

Para el adolescente de cada generación, «su tiempo» es complicado. El joven durante la pubertad conoce altibajos y así encuentra, sin embargo, su camino. ¡Y finalmente, a pesar de las preocupaciones que los ‘viejos’ tienen al respecto, cada generación obtiene su etiqueta! En cada generación la generación precedente se preocupa y finalmente, a pesar de todo, la nueva generación logra un buen resultado. Porque uno es quien es: un ser humano, que desea la libertad, un ser humano que puede utilizar su voluntad para elegir una vida más intensa y más noble que la de las redes sociales mundiales, una vida que transciende la velocidad de las realidades televisuales, que no tiene necesidad de estimulo «en directo», una vida auténtica sin la presión del estatus profesional ni del horario. Una vida en la que puede existir singularidad. Una vida que puede servir de ejemplo.

Crecer, en nuestra época, implica que nada es para siempre, que nadie es infalible. En ese mun­do en el que todo sale a la luz y al conocimien­to de cada uno, los jóvenes presienten que saber mentir es una cualidad útil. ¿Pues qué es verdad en esta educación postmoderna que preconiza que la verdad no existe, donde se descubre muy pronto que cada uno busca su propia verdad? ¿Qué visión del mundo se puede tener cuando se ha sido educado en la mentira de que vivir significa «ganar»? Desde el banquero que recibe su bono al niño recompensado con un cromo si vacía su plato, pasando por la gran cantidad de divorcios… todo se ha vuelto un compromiso, y nada se hace ya incondicionalmente. No hay acto que no se acompañe de promesa de recom­pensa. Las competiciones han deshumanizado a los seres humanos.

Los jóvenes son obligados a introducirse, entusiasmarse, o quizá finalmente a renunciar. ¿Quién puede predecir? En los años ochenta, la elevada tasa de desempleo, la probabilidad de una catástrofe medioambiental y la amenaza de utilizar armas nucleares, tras haber realizado algunas demostraciones, engendraron la apatía, el cinismo. Hoy la gente se vuelve hacia dentro. Hasta la fe en la democracia se pierde rápida­mente.

Los jóvenes buscan una historia verdadera, au­téntica, una comprensión que conduzca al cam­bio. Acostumbrados a las opiniones, conocidas por la mañana, consideradas como absurdas al mediodía, saben que todo es transitorio, y hasta los niños tienen la intuición de que todo es una ilusión.Y esto puede ayudarles a comprender que son capaces de hacer verdadera, real, la his­toria en la que viven.

Ninguna generación tiene necesidad de una etiqueta, de una etiqueta que siempre se despega. «Quién eres tú?» Esta es la pregunta esencial que cada ser humano puede plantearse en todo instante y que constituye el comienzo de la aceptación consciente de la vida. Esta búsqueda puede curarle su propia crisis.

El mundo sufre muchas tensiones. La atmósfera es tensa, saturada de energías entremezcladas, contradictorias. No hay reposo.Y precisamente esto es lo que el ser humano busca, es lo que le anima, es lo que quiere y puede encontrar en sí mismo. El silencio necesario para la com­prensión que permite enlazar con la Unidad, la Verdad y lo Único. Incluso un niño lo sabe. Un adulto hace fácilmente cosas que después lamenta. Juzgar, envidiar, desconfiar o tener, justamente, la idea de hacer lo mejor para los demás. Aconsejar sin ser invitado a ello, estar persuadido de saber más, sin saber escuchar al otro ni a sí mismo.

¿Cómo vivir entonces? ¿Cómo transcender nuestra condición? ¿Cómo volver a encontrar la unidad con lo que somos verdaderamente y podemos ser realmente? Como respuesta a la crisis, el filósofo alemán Peter Sloterdijk da este consejo: «Vivid sin tener necesidad de excusas». Él llama nuestra reacción ante la crisis «un cons­ciente infeliz». En cuanto al filósofo inglés John Armstrong, decía simplemente: «La gente consume sin pensar en sus necesidades reales».

La crisis mundial fuerza al ser humano a re­flexionar sobre ¿qué son los deseos, qué es real, qué significa ser una persona humana? ¿Qué anhelo nos dirige realmente? ¿Qué es lo que provoca una crisis sino, en mayor o menor me­dida, el propio ser humano?

Vivid de forma que no tengáis necesidad de excusas.

Vivid del anhelo único. Entonces ya no seréis impulsados por más tiempo, sino que os vol­veréis personas anhelantes. El camino interior puede librar al ser humano de su crisis. Catharose de Petri aconsejaba a los jóvenes: «La calidad de vuestra actividad y de vuestra perseverancia valoran nuestro trabajo. ¡Sean dinámicos! ¡Atrévanse a vivir! Acepten conscientemente la vida para aprender, incluso las lecciones amargas, y cada acto dará sus frutos.

Pentagrama 2013-6