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Una experiencia especial Parte 1: Un encuentro excepcional

Nuestra actitud hacia la vida puede cambiar cuando buscamos el sentido de la vida. Cuando sentimos que nuestra existencia tiene un significado, la perspectiva de lo que sucede en la vida cotidiana se vuelve diferente. A menudo experimentamos los encuentros, las enfermedades y muchas otras cosas con una mayor consciencia. LOGON ha pedido a algunas personas inmersas en un camino espiritual que nos cuenten alguna experiencia que han sentido como especial.

 

Brigitte Bergengruen (nombre cambiado por los editores) escribió sobre un encuentro excepcional:

Aunque sucedió hace muchos años, esta experiencia siempre estará muy clara en mi mente: una tarde, cuando saqué mi pastel de ciruela del horno, sonó el timbre de la puerta. Rápidamente corrí hacia la puerta y la abrí. Había un joven con una selección de revistas. Como las revistas a las que me había suscrito en años anteriores estaban por ahí sin leer, rechacé una  nueva suscripción.  El joven explicó su angustiosa situación: necesitaba vender suscripciones o sería despedido, y no sabía cómo iba a subsistir. Me mantuve en mi negativa y le pregunté por la razón de su angustia. “He estado en prisión por mucho tiempo y estoy en libertad condicional”, confesó. “No voy a suscribirme a nada, pero ¿quieres un pedazo de pastel de ciruela recién hecho en casa?” Se lo ofrecí siguiendo un sentimiento extraño. Él sonrió: “¡Oh sí, me encantaría! No he comido un pastel así desde hace mucho tiempo.”

Llevé a mi invitado arriba, le pedí que se sentara a la mesa de la cocina, preparé nata y café. Hablamos de tiempos pasados. Especialmente habló de su madre, que era alcohólica y no le importaba demasiado. Obviamente, disfrutó tanto del pastel caliente como de nuestra conversación, pero tenía que irse y lo acompañé a la puerta principal. Dijo lo bien que le había sentado y me dijo: “Ojalá tuviera una madre como tú. No sé cómo agradecerte. ¿Puedo darte un abrazo de despedida?” Estuve de acuerdo.  Sin embargo, le pregunté espontáneamente por qué había estado en prisión. “Maté a una mujer. Soy un asesino”, respondió en voz baja, “supongo que ahora ya no tengo permitido abrazarte”. Dudé brevemente, pero cuando lo miré a los ojos, supe sin lugar a dudas que era su madre en ese momento. Me dejé abrazar, luego se dio media vuelta y se fue. Todavía podía verlo secándose las lágrimas de los ojos.

Aproximadamente un año después, un oficial de policía tocó el timbre. “¿Ocurre algo?”, pregunté inquieta. “No, no”, me tranquilizó. “ Hay alguien aquí que llevamos a prisión, a Múnich, y desea despedirse de ti”. En la parte trasera del coche celular estaba el vendedor de la revista, esposado y custodiado por otro policía. Acepté, y lo dejaron venir a mí. “¿Qué ha sucedido?”, le pregunté. “He reincidido”, dijo, deprimido. “¿Me abrazarías una vez más?” Sin dudarlo, lo tomé en mis brazos y lo apreté contra  mi corazón.

¿Qué habrá sido de él?

 

Texto: Brigitte Bergengruen, País: Alemania, Imagen: Free Photos auf Pixabay CCO

Fuente: https://www.logon.media/es